Pirotecnia Vicente Caballer, en liquidación al no superar concurso acreedores

Pirotecnia Caballer, la más antigua de España con 140 años de historia, ha entrado en fase de liquidación dentro del proceso de concurso de acreedores que se inició hace un año por el Juzgado de lo Mercantil número 1 de Valencia.

La empresa ha sido un referente en España y la pirotecnia que más logros ha obtenido, ha trabajado en los cinco continentes y ha estado presente en todos los grandes acontecimientos mundiales.

En junio de 2017 el juzgado declaró el concurso de acreedores de Pirotecnia Caballer, después de la solicitud del procedimiento por parte de la empresa a raíz de un periodo de retrasos e impagos por parte de los ayuntamientos y de una bajada de pedidos como consecuencia de la crisis.

El Boletín Oficial del Registro Mercantil publicó el miércoles 01 de agosto de 2018 el cese del administrador único, Vicente Caballer Ramírez, dentro del proceso concursal de Pirotecnia Caballer, que también engloba la sociedad patrimonial Vicente Caballer e Hijos, domiciliada en Llíria (Valencia), y La Baseta, en Domeño (en esta misma provincia), que agrupa los terrenos agrícolas y terciarios.

La pirotécnica tiene las instalaciones más modernas del mundo y cuentan con una seguridad máxima. La empresa ha obtenido “los 5 Júpiters”, los Óscar de la pirotecnia, y centenares de premios internacionales.

 

Una empresa familiar

La familia Caballer ha manifestado que ha trabajado siempre para engrandecer la empresa e invertir en ella, y crear una pirotecnia “moderna y distinta”, y eso le llevó a trabajar en todos los países de América y Europa, y ha comentado que está recibiendo llamadas de empresas extranjeras después de conocerse la liquidación de la sociedad.

Ha reconocido que siempre ha recibido “el aplauso y el cariño” de su público de Valencia, así como la lucha y el apoyo de sus trabajadores, cien en los buenos momentos y unos 70 en los últimos tiempos, y ha asegurado que ha trabajado siempre con productos españoles y la marca España.

 

Fuente: La Vanguardia